Legal afterthoughts around “Laudato Si”

“The heavens are the heavens of Jehovah; And He has given the earth to the children of men.” (Psalm 115: 16). Facundo Della Torre, Legal Advisor of La Machi, published an article in Caminos Religiosos, online religious news portal that deals with different topics on Catholicism, Judaism, Islam and Christianity. Facundo shares his legal afterthoughts about the environmental encyclical that Pope Francis has just published, “Laudato Si”.

Reflexiones jurídicas en torno a “Laudato Si”, la encíclica medioambiental del Papa Francisco (o de como ser custodios de la creación)

 

Seguramente el Cardenal Jorge Mario Bergoglio al momento de elegir su nombre como Pontífice máximo de la Iglesia Católica ya tenía en mente dos temas que serían fundamentales en  su pontificado.  El nombre “Francisco”, en clara alusión a San Francisco de Asís, nos remite de modo directo a la opción por los pobres y al cuidado de la Creación. Ambas cuestiones han sido mencionadas con frecuencia y constancia por el Santo Padre en sus mensajes y gestos.

El contenido de su última Encíclica, ”Laudato Si” (“Sobre el cuidado de la Casa Común”), un extenso documento de doscientas páginas, viene a corroborar la importancia que le asigna al cuidado del medio ambiente y a lo que llama una Ecología Integral.  Ya desde el título mismo nos regala un concepto pleno de simbolismo pero, como es habitual en él, de connotaciones subyacentes muy importantes.

Un análisis profundo de su impacto en disciplinas como la economía, la sociología o el derecho, no podía ser ajeno a La Machi, la agencia de comunicación para buenas causas a la que asesoro jurídicamente.

La idea del planeta (Hermana Tierra) como “Casa Común” no sólo implica la importancia de una visión fraterna de la humanidad, sino que también comprende un componente que extiende sus raíces al campo jurídico.

El planeta, nos dice el Santo Padre, es nuestra Casa. Es de todos. Y como tal, todos tenemos elderecho a habitarlo (de ahí también su preocupación por la problemática de los migrantes) y el deber de cuidarlo. Todo derecho tiene su contracara en un deber. Son dos caras de la misma moneda que últimamente está siendo muy devaluada.

Siempre se ha enseñado en Derecho que para reclamar un daño, debe existir un interés legítimo, es decir, la persona que reclama tiene que ser un afectado directo. Muchas veces se niega la facultad de reclamar a quien no se considera parte afectada.

Ahora bien, cuando llevamos esta metodología al campo del derecho ambiental, nos encontramos con un problema. Se trata de una Casa Común que todos tenemos el derecho y el deber de cuidar. No se trata de cuidar solo mi habitación o mi baño. Es toda la casa. Y para ponerlo en términos jurídicos, diríamos que la legitimación para defender al medio ambiente debería ser muy amplia ya que cuando se produce un daño al ambiente las consecuencias son muy difíciles de medir y el daño es imposible de cuantificar. Muchas veces inclusive es imposible recomponer la situación y las consecuencias afectan a las generaciones futuras.

El derecho al ambiente sano es un derecho “difuso”, vale decir, que esta “difundido” (extendido) a toda la humanidad. Es un derecho “de incidencia colectiva” como les gusta decir a los abogados, pues el daño que se hace al ambiente no incumbe solo al “afectado directo” sino que sus consecuencias son imposibles de rastrear en su totalidad. La Casa Común es un bien único, indivisible y no fraccionable. Cuando se talan los arboles del Amazonas, no solo se afecta la habitabilidad de la  tribu “awá” sino que se está destruyendo un pulmón del planeta; nos están quitando un poco de oxígeno a todos.

En materia ambiental la prioridad siempre debe ser la prevención y, si ésta falla, la recomposición. Pero nunca deberíamos llegar al concepto mercantilista de resarcimiento. Esto, que en el ámbito del derecho civil se transforma en dar valor económico al daño, es un mecanismo inaceptable para el derecho ambiental.

Y ¿qué significa cuidar la Casa? He aquí lo maravilloso de la Encíclica: no se queda en simples disquisiciones teóricas, sino que nos da una guía práctica de los temas más comunes que nos afectan: en los capítulos III y IV del documento se detallan las consecuencias del (mal) uso de la naturaleza y las responsabilidades de la humanidad para llegar al estado actual. Se abordan cuestiones de fácil comprensión como el agua o la basura y otras algo más complejas para el hombre común como el cambio climático. Hay también planteos claros sobre temas específicos como la expansión de la frontera agropecuaria, la importancia del fomento de las energías renovables, la necesidad de planeamiento urbano de las ciudades y los padecimientos de los más pobres como consecuencia de la degradación ambiental.

Se menciona la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta. También, sostiene la convicción de que en el mundo todo está conectado. Critica a las formas de poder que derivan de la tecnología y a la cultura del descarte, e invita a buscar otros modos de entender la economía y el progreso por medio de debates sinceros y honestos, resaltando la grave responsabilidad de la política internacional y local.

El mensaje de Francisco es para todos. Está dirigido al simple hombre de a pie, a los grandes empresarios con enorme responsabilidad en las técnicas de producción y también a los gobernantes con poder para legislar sobre la conservación, el ordenamiento del territorio, la evaluación del impacto ambiental, la educación, etc.  Son éstos últimos quienes tienen el deber de fomentar las energías más limpias, menos perjudiciales para el ambiente, proveer los mecanismos para su implementación y lograr un desarrollo sustentable.

El Papa plantea “para que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos cambiar el modelo de desarrollo global, lo cual implica reflexionar responsablemente sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones. Simplemente se trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso.

Francisco propone un nuevo estilo de vida. Invita a considerar el valor propio de cada criatura y el sentido humano de la ecología (espiritualidad ecológica).

El Pontífice, como líder espiritual, nos invita a levantar la mirada en nuestro pasaje por la Tierra.

Quienes lo atacan acusándolo de meterse “donde no le incumbe”, los sectores más retrógrados de la política, ignoran que su tarea como líder espiritual es ayudarnos a crear espacios de reflexión sobre las cuestiones trascendentes. Aquellas que la vorágine de la cotidianeidad suele impedirnos vislumbrar.

Hemos desarrollado nuestras sociedades en base al consumo, que se convirtió en consumismo. Y hemos perdido de vista la finitud de los recursos que estamos afectando y nuestra responsabilidad de custodios. Y esto incumbe no sólo a los creyentes, sino a todo el mundo, ya que ese deber de conservación es principalmente una  garantía de supervivencia para las generaciones futuras.

Es un mensaje político en el buen sentido de la palabra: en el cuidado de la “polis”, de su gente. Y de su casa.